INDIOS REBELDES E IDÓLATRAS

Posted on Posted in Artículos

DOS ENSAYOS HISTÓRICOS SOBRE LA REBELIÓN INDIA DE CANCUC, CHIAPAS, ACAECIDA EN EL AÑO DE 1712 1

Juan Pedro Viqueira

Prólogo
La crisis por la que atraviesan las ciencias sociales no parece haber afectado a la historia. Denostada hace apenas unos cuantos años por no ser suficientemente “científica”, por interesarse en los actores y en los fenómenos claramente delimitados en el tiempo y en el espacio más que en abstractas estructuras sociales, y por no elaborar generalizaciones ni procurar descubrir las “leyes sociales” que supuestamente rigen el funcionamiento de las sociedades humanas y su “inexorable” devenir, la historia es vista hoy en día como el pilar más sólido de los estudios sobre los hombres en sociedad. Son ya numerosos los investigadores formados originalmente en otras disciplinas sociales —el autor de estas páginas, que se interesó primero en la antropología y en la sociología, no es la excepción— que se dedican hoy en día a indagar sobre los tiempos pretéritos; y aunque varios de ellos, para disimular un poco su infidelidad, dicen practicar alguna ciencia novedosa tal como la etnohistoria, la antropología histórica, la sociología histórica, o la psicohistoria, el hecho es que todas ellas no son sino ramas de la gran disciplina histórica, a cuyos métodos heurísticos y hermenéuticos tienen necesariamente que recurrir, aunque, sin duda, al mismo tiempo los enriquecen con nuevas preguntas y nuevos enfoques. La fortaleza y la permanente vigencia de los estudios historiográficos se explican sin duda por su antiquísima tradición —la historia es la única de las ciencias sociales que no puede justificar sus debilidades alegando su juventud—. En efecto, la historia a lo largo de su desarrollo no sólo ha creado un amplio y renovado consenso entre sus practicantes sobre las formas de análisis de las fuentes primarias —cualquiera que sea el tipo de ellas, materiales, escritas u orales—, sino que también ha dado lugar a la creación de una amplísima red mundial de instituciones encargadas de juntar, conservar, ordenar y catalogar los testimonios del pasado.

Además de ello, los amantes de Clío no han dejado de interrogarse sobre las bases epistemológicas del conocimiento histórico, sobre sus límites y sobre la relación que éste guarda con el historiador y su medio social y cultural. De tal forma que los estudiosos del pasado, por lo general, han abandonado desde hace largo tiempo la idea de alcanzar una imposible “objetividad” o “cientificidad”, sin por ello dejar de defender el rigor y la seriedad que deben caracterizar a su disciplina. La desmesurada importancia que la historia tiene en nuestra sociedad — baste recordar el papel que desempeña en la legitimación de instituciones y valores, y en la creación o fortalecimiento de las identidades sociales— ha llevado a los investigadores a debatir en innumerables ocasiones sobre la función social que tienen los estudios históricos, que pueden servir tanto para justificar las situaciones más injustas y oprobiosas e incitar al odio hacia el “otro”, como para enriquecer el universo intelectual del lector con las experiencias de hombres de otros tiempos y de otras latitudes y revelarle, así, la historicidad de nuestras formas de organización económica, social y política, de nuestras creencias, comportamientos y afectos. La historia, pues, es capaz de arrancar al hombre de su inmediatez para llevarlo a reflexionar críticamente sobre sus valores y a multiplicar las preguntas sobre el presente a partir del análisis de los fenómenos del pasado. Finalmente, los amantes de Clío —y en ello radica parte de su éxito actual— no han dejado de meditar sobre las distintas maneras de escribir la historia, y han ensayado mil y una formas para hacer más atractivos y accesibles los frutos de su trabajo. Así el rechazo a los tecnicismos inútiles y a las jergas “científicas”, y el culto a la precisión, a la claridad y a la elegancia han caracterizado siempre a las mejores producciones historiográficas.

Todo ello le ha permitido a la historia no arrojar por la borda los logros obtenidos a lo largo de su existencia, en aras de modas intelectuales más o menos pasajeras, ni confundir con revoluciones epistemológicas o científicas, los recalentados y refritos teóricos, que se disfrazan de novedades y que recurren a un lenguaje rebuscado, pedante y confuso que sirve más que nada para manifestar que el autor comulga con las posiciones políticas e intelectuales “correctas” y “progresistas” del momento. Mal haría, sin embargo, Clío si se durmiera sobre sus laureles, mirando con maternal comprensión como las jóvenes disciplinas sociales se angustian y se apasionan por problemas con los que ella, desde hace más de 100 años, se ha acostumbrado a convivir, sin darles más importancia de la que merecen. Por el contrario esta musa debe tener siempre presente que su fortaleza le viene de su capacidad de asimilar los avances logrados en otros campos del conocimiento, y del constante desarrollo y enriquecimiento de su tradición milenaria.

Los dos ensayos que aquí presentamos sobre la conocida rebelión india de Cancuc, Chiapas, acaecida en el año de 1712 pretenden adentrarse por caminos historiográficos poco explorados y contribuir así, con un granito de arena, a la renovación de nuestra disciplina, animando a los colegas a perseverar en la búsqueda de nuevos enfoques y de nuevas maneras de contar “historias” que rompan con los rígidos y empolvados marcos que la academia y sus autoridades tienden a imponernos. Si los historiadores queremos conservar y acrecentar el número de nuestros lectores debemos hacer un esfuerzo por reducir al mínimo las consideraciones teóricas y metodológicas que guiaron nuestras investigaciones, pasar a las notas y a los apéndices —cuyo único destinatario debe ser el especialista— las consideraciones documentales sobre cómo arribamos a determinadas conclusiones, hacer un verdadero esfuerzo de síntesis —aunque con ello, las autoridades académicas se quejen de nuestra baja productividad, que en forma absurda se suele medir en número de páginas—, y volver a otorgar una importancia central a la estructura del texto, a su orden interno. Éste debe adecuarse a los problemas abordados en vez de plegarse al de los documentos estudiados, o de pretender reproducir —sueño absurdo e imposible— la sucesión temporal de los hechos estudiados, lo que equivaldría a negar que la historia es el resultado de la interacción de fenómenos de distintas duraciones.

Se trata, pues, de retirar los andamios con la ayuda de los cuales se levantó la obra historiográfica antes de presentarla en público, y de darle agilidad al texto, buscando mantener la atención del lector a través de nuevas y más atractivas formas de narración, sin sacrificar por ello la exactitud de las aseveraciones y sin dejar de ayudar a los colegas en la localización de las fuentes primarias que sustentan nuestras conclusiones, sin lo cual desaparecería la posibilidad de verificarlas o criticarlas. Todo ello supone una difícil tarea que a pesar de nuestros esfuerzos no pretendemos haber cumplido cabalmente en estos dos ensayos.

El primero de éstos, “En las fronteras de la rebelión” se propone recobrar la dimensión espacial de la historia, ausente en muchos estudios —incluso en aquellos que afirman ser de tipo regional—, reflexionando sobre el espacio social en el que se desarrolló la rebelión de 1712. Para ello intentaremos penetrar en algunos aspectos de la cotidianidad que nos permitan entender a partir de qué redes de ayuda mutua, solidaridad e intercambio se construye una región vivida como tal por sus pobladores, y a partir de qué disyuntivas, correlaciones de fuerza y hechos particulares e irreductibles se define una región rebelde. Esto nos obligará a alternar los acercamientos de tipo regional con la narración de sucesos microhistóricos.

El segundo ensayo “¿Qué había detrás del petate de la ermita de Cancuc?”, inspirado en su forma —justo es reconocerlo— del magnífico libro de Carlo M. Cipolla, ¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?, busca adentrarse en diversos aspectos de la vida de los indios que participaron en la rebelión de 1712, como son sus prácticas religiosas —desgarradas entre el catolicismo y la “idolatría”—, sus creencias sobre los hombres-dioses, sobre la constitución de la persona, sobre la sexualidad y sobre el más allá, y finalmente las luchas faccionales que se daban en el seno de sus comunidades, buscando responder a la pregunta, aparentemente anecdótica, plasmada en el título del trabajo. Pretendemos, así, mostrar una vez más las potencialidades que encierra el estudio intensivo y minucioso de unos casos concretos para arribar a reflexiones sólidas y fundadas relativas al medio social y cultural en el que se produjeron.

Antes de que Mario Ruz nos diera la idea de publicar estos dos ensayos juntos —dada la complementariedad de sus enfoques—, cada uno de ellos fue pensado como una unidad y presentado como tal en diversos foros académicos; y aunque se ha procurado eliminar ciertas repeticiones, hemos querido mantener la posibilidad de que cada texto pueda ser leído con independencia del otro, de tal forma que algunas pocas informaciones contextuales, indispensables para la comprensión del asunto tratado, se presentan en ambos trabajos aunque con redacciones, énfasis y extensiones distintas.

Estos ensayos pretenden también defender una cierta manera de practicar el oficio de historiador que desgraciadamente hoy en día está reñida con las políticas oficiales que privilegian la “productividad” por encima de cualquier otra consideración. Por el contrario, ante la existencia de un mercado del libro totalmente saturado y amenazado por la competencia de otros medios de comunicación, nosotros pensamos que es necesario fomentar y apoyar los esfuerzos de síntesis, la precisión en el manejo de la información y el cuidado en la presentación de los resultados, en suma revalorar el cuidadoso añejamiento de las obras historiográficas. Ello significa someter los trabajos históricos a discusión y a crítica entre los colegas, para luego revisarlos, corregirlos y pulirlos una vez tras otra antes de ofrecerlos al público lector.
Así la idea original de estos dos ensayos —y de otros que hemos publicado sobre esta rebelión— nació en los años de 1989 y 1990, al estudiar los documentos históricos relativos a Chiapas a fines del siglo XVII y principios del XVIII en el Archivo General de Indias, en Sevilla, gracias a una beca de Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). La presencia en este archivo de un gran número de historiadores interesados en la América hispánica de los tiempos coloniales nos permitió exponer y discutir las primeras intuiciones ante colegas apasionados y críticos en las mesas de los cafés y en los mostradores de los bares de Sevilla.

A nuestro regreso a México, los amigos, historiadores y antropólogos, — quisiera mencionar en particular a Dolores Aramoni, Pedro Pitarch y Mario Ruz— leyeron los primeros guiones y borradores, mismos que corrigieron y enriquecieron con sus amistosos comentarios. Versiones preliminares de estos trabajos fueron expuestas en distintos foros académicos, lo que permitió tomar en cuenta para la redacción final las reacciones del público, sus dudas y sus críticas. La fructífera y envidiable libertad de que gozamos los investigadores del CIESAS-Sureste permitió dedicar largos días de encierro a analizar y ordenar el material recopilado en Sevilla y a pulir las sucesivas redacciones de éstos y otros ensayos. A lo largo de todos estos años, el apoyo y las acertadas observaciones de mi mujer —Graciela Alcalá— y de mis padres —Anne-Marie Alban y Jacinto Viqueira— fueron determinantes para llevar a término esta apasionante tarea.
La redacción final del libro estaba prácticamente concluida —faltaban sólo este prólogo, las notas del primer ensayo y el apéndice demográfico—, cuando se produjo, el 1° de enero de 1994, la rebelión armada del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Hacemos esta aclaración porque, a pesar de lo que algunos lectores puedan llegar a pensar, ni el ensayo “En las fronteras de la rebelión” está inspirado en la difusión del zapatismo en Los Altos de Chiapas a lo largo de 1994, ni el petate de la ermita de Cancuc es una metáfora del pasamontañas del enigmático subcomandante Marcos.

Por lo tanto las posibles semejanzas entre la rebelión india de hace más de 280 años —tal y como aquí la narramos— y la actual no radican, pues, en una influencia directa de los acontecimientos de 1994 sobre el autor, sino en cuatro fenómenos de orden muy distinto. Por una parte, a pesar de todas las diferencias históricas que puedan existir entre unas rebeliones y otras, es indudable que los hombres que se ven envueltos en ellas enfrentan problemas que guardan más de una similitud entre sí. Por otra parte ciertas estructuras propias al Chiapas colonial —pienso principalmente en la división social basada en la diferencia entre indios y ladinos— siguen vigentes hoy en día en Los Altos de Chiapas. Además está el hecho —sobre el cual valdría la pena reflexionar en forma más detenida en otra ocasión— de que, con la excepción de los tojolabales, los principales actores de la rebelión actual son descendientes de aquellos indios que se vieron más directamente involucrados en la sublevación de 1712 y que desde entonces bien han permanecido en sus territorios de la época colonial, bien han emigrado en las últimas décadas a la Selva Lacandona y a los municipios que colindan por el oeste con Los Altos de Chiapas, tales como Soyaló, Bochil, Jitotol y Pueblo Nuevo Solistahuacán.

Finalmente desde el momento en que nos trasladamos a vivir a San Cristóbal de Las Casas, nos hemos interesado por los problemas que padecen los habitantes de Los Altos de Chiapas y hemos seguido con atención los conflictos sociales, políticos, y religiosos que son tan frecuentes en esta región india. Así, muchas de las preguntas que guiaron nuestras pesquisas en los archivos y que estructuraron los textos nacieron del conocimiento de realidades regionales contemporáneas, lo cual no tiene finalmente nada de sorprendente: ¿No es acaso la historia la mirada que el presente arroja sobre el pasado, en busca de una inalcanzable lucidez que nos permitiría escapar del furor y de los fanatismos de nuestro tiempo?

San Cristóbal de Las Casas, 25 de diciembre 1994

LEER MÁS

Publicado originalmente en México, por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, en 1997.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *